viernes, marzo 17, 2006

La ley del mínimo esfuerzo

Que el actual sistema educativo funciona como el culo es un hecho en el que estamos de acuerdo profesores, alumnos y padres. Yo no tengo una solución, para eso están las mentes pensantes de este país, mis obligaciones se limitan a soltar unos 1.000 euros al año en material escolar y por lo demás, básicamente joderme.
Hay cosas que caen por su peso, como que la figura del profesor ha perdido toda autoridad, y que los estudiantes cada vez tienen menos ilusión y menos ganas de nada. Concretamente en la enseñanza secundaria, el sistema educativo propicia que tanto los unos como los otros cada vez pasen más de sus respectivas obligaciones, porque los profesores se hinchan de lidiar cada día con una piara de salvajes y los alumnos se preguntan por qué coño les obligan a asistir a unas clases que no le interesan cuando lo que quieren es ponerse a currar en el bar de su primo para comprarse la moto. Y mientras, sus padres sin enterarse de qué va la película y delegando en estos profesores la obligación de educar y enseñar a vivir a sus hijos. Bien, casi todos de acuerdo en todo esto. Si eres un pobre profesor quemado, un alumno desmotivado o un padre despreocupado estás de enhorabuena: tienes una sociedad que te entiende, porque sabe que la culpa de todo la tiene el sistema.
Ahora: ¿qué puedes hacer si perteneces a una categoría minoritaria? Pongamos que eres un alumno dispuesto a esforzarse para labrarse un futuro. Chico, lo lamento de veras pero estás jodido, al sistema no le gusta la gente que destaca de entre una aborregada mayoría con la que, al menos, saben cómo actuar.

Mi hija Raquel tiene casi 15 años y cursa 3º de ESO en un instituto cualquiera de Murcia. Tiene la estúpida convicción de que va al instituto no porque sea obligatorio, sino porque es la manera de adquirir los conocimientos necesarios para tener la profesión que le gusta, y en definitiva un buen futuro. Y eso es un problema.
Raquel es una adolescente standard de manual, llena de hormonas tontas y tan predecible como cualquier adolescente, pero resulta que tambien sabe lo que quiere y lo que tiene que hacer para conseguirlo. Y NO LA DEJAN, COÑO.
Cuando empiezan las épocas de exámenes yo me acojono, porque dejo de ver a mis hijas. Se encierran en su cuarto, meten la nariz entre los libros y se olvidan hasta de comer. Pasan noches enteras estudiando hasta que empiezan a perder peso y las ojeras les consumen la cara, se olvidan de amigos, de novios, de salir hasta que hayan terminado los exámenes, y no pararán hasta asegurarse de que tienen el 10. Yo me preocupo muchísimo por ellas y por lo exageradas que son, pero no puedo dejar de admirar su autodisciplina.

En los dos últimos cursos de Raquel se ha estado repitiendo la misma situación: el profesor convoca un examen para unos días más tarde, ella se encierra y deja de dormir y comer como es habitual, llega el día del examen, los alumnos no han dado palo al agua y le piden al profe que lo aplace, y el profe como no tiene gana de enfrentarse a esa marabunta hace lo más fácil: lo aplaza para no oirlos. Conclusión: los alumnos han hecho bien en irse de juerga y no estudiar, la imbécil ha sido Raquel que se ha dejado los cuernos todo el fin de semana. La inmensa mayoría de los exámenes que han hecho en estos últimos cursos han sido así. Hay un caso concreto de un profesor que comparten mis dos hijas, que tiene la puta costumbre de quitarle nota a una y añadirle a la otra, para igualarlas y así "evitar rivalidades". Valiente imbécil.
En algunas materias tienes opción a hacer un trabajo extra para subir nota y ella suele apuntarse a todos, así que a veces tiene un 12 de media en música o matemáticas. Pero con los trabajos extra suele pasar como con los exámenes: llega el día de entregarlos y lo aplazan, para favorecer a esa mayoría de alumnos que están allí para tocarse los cojones en detrimento de los que trabajan. Si eres padre o madre, no te molestes en enseñarle a tus hijos que el esfuerzo tiene recompensa, es mentira. En un centro de enseñanza (igual que en muchos trabajos), se premia la gandulería y se castiga el esfuerzo, y por uno o dos alumnos no merece la pena hacer las cosas mejor.
Hasta ahora, Raquel ha conseguido tener más cojones que esos dos o tres profesores. Ha exigido que la examinen a ella sola, porque era el día fijado para el examen y le daba igual lo que dijeran los demás alumnos. Ha entregado ella sola los trabajos el día fijado, aunque se hubiera aplazado la fecha de entrega. Pero yo no sé hasta cuándo podrá seguir así sin mandarlo todo a la mierda, porque se está empezando a desesperar.

Si pensais que este es el típico discurso de madre, teneis toda la razón, pero ser madre de Raquel no hace menos cierto lo que estoy contando. Aunque claro, todos conocemos el caso de la mamá coñazo que se queja de todo lo que le hagan a su niño, y eso quita toda credibilidad a las que queremos protestar por una situación injusta. Estamos automáticamente vetadas como personas racionales ante una situación objetiva. A un profesor quemado por la injusticia del sistema sí se le da crédito, porque es perfectamente comprensible que haya perdido aquella ilusión con la que empezó su andadura y por eso es normal que ahora cada vez haga menos y peor. Yo, en cambio, sigo en mi trabajo con la misma ilusión que el primer día, cada hora me satisface más porque mis jefes son personas que merecen todo mi esfuerzo, y cada céntimo que gano es toda una fortuna para mí. Hay que joderse...

Es verdad lo que yo decía al principio. El sistema educativo no tiene pies ni cabeza, muchos profesores han perdido motivación, la mayoría de los adolescentes están asalvajados y la mayoría de sus padres pasa de ellos. Pero hay otros casos igualmente reales:
- que hay profesores que debieron haberse planteado trabajar en la construcción.
- que hay profesores que, a pesar de todo, se esfuerzan cada día porque son conscientes de la importancia de su labor, y la realizan con dedicación.
- que hay padres que asumimos nuestra responsabilidad y no delegamos en los profesores más que la enseñanza académica.
- y sobre todo que, aunque no hagan ruido, hay chavales echándole huevos a la vida, que lo van a conseguir a pesar del sistema y a pesar de sus propios profesores.


lunes, marzo 13, 2006

Incomprendidas

Yo me enamoré de Japón hace muchos años. Empezó como una cierta curiosidad viendo una peli de Kurosawa, y con el paso del tiempo se ha ido convirtiendo en mi pasión. Conozco la historia de Japón infinitamente mejor que la de España, la cultura japonesa siempre ha estado presente en mi casa, y mis hijos comen con palillos con tanta naturalidad como con tenedor. Hace años que me fabrico objetos de decoración y cositas que era imposible encontrar aquí, como lámparas de papel de arroz, batas de casa con forma de kimono o ikebanas con ramitas de almendro. Y me encantaba poseer esos detalles originales. Ahora, date un paseo por la tienda que te dé la gana desde que se puso de moda el estilo Zen.

Hace un par de años conseguí realizar uno de mis sueños: un cama de tatami, a 10 cm. del suelo y con las mesitas encima a los lados del colchón. Me costó un par de viajes a Leroy Merlín, varias hojas de caladora, muchos martillazos en los dedos y dos semanas de trabajo, pero por fin tenía la cama que siempre había querido. Y me importa un pito que esté de moda o no lo esté, coño. Pero un personaje me tuvo que preguntar: "¿y qué vas a hacer con ella cuando ya se haya pasado de moda este estilo?". Me tuve que contener para no responderle: desarmarla tabla a tabla e ir metiéndotelas por donde no brilla el sol. ¿De verdad puede alguien pensar que me pueda pegar esa pasada de trabajo para tener... una cama a la moda? Pues me temo que voy a tener una cama pasada de moda durante bastantes años, porque es la cama que yo quiero.

De resultas de esta manía mía, como os digo en casa siempre ha habido tradición niponófila, pero a cada uno le ha dado por un aspecto. Lo mío sin duda es el Japón tradicional, mi sueño es pasar una buena temporada en Kyoto para inflarme de ver danzas de geishas, ceremonias del té, kabuki, noh, tambores, y esos cantos que suenan como un destripamiento de gatos pero que me parecen preciosos.
Ana mi primogénita es otra pobre incomprendida. Conocida en su instituto como "la friki" o "la otaku" , o simplemente "la rara", vive para leer y dibujar manga dese hace años. Ahorra cada céntimo para cómics o material de dibujo, y evidentemente le revienta que la gente crea que manga significa Heidi o porno en dibujos animados. Tiene una estantería donde guarda cada comic como un tesoro, catalogados por autores, y hemos ido hasta Barcelona (vivimos en Murcia) buscando unos manga concretos que aquí no hay forma de encontrar, y Ana vé ahora como sus preciados tesoros que a ella le han costado tanto conseguir, se venden en los kioskos a 2 euros oferta de lanzamiento. Ahora todos sus amigos lo tienen, porque es barato y está de moda, y Ana tambien lo tiene porque es una niña a la moda. De repente está de moda el manga y los chavales llevan camisetas que dicen "yo tambien soy un otaku" porque han leído dos comics. A la pobre le dan ganas hasta de llorar :D

Y por supuesto ahora todo el mundo es un gran conocedor de la figura de las geishas (pronunciado jeisas), gracias a la reciente película.
Un día de estos nos haremos las dos el hara-kiri. Pero esperaremos a que esté de moda.