lunes, julio 28, 2008

Ni uno más

Lo he intentado, en serio. He puesto mi empeño en llegar hasta el final, cuando yo no soy amiga de dar tantas oportunidades, pero a 50 páginas de terminar he dado el carpetazo definitivo a "La historia de Lisey", el último libro de Stephen King. El último que me leo yo, vamos, porque creo que después de éste escribió "Cell" y con él ya me hice ya la promesa de no volver a leer otro de sus mamotretos. No la cumplí y volví a caer, pero esta vez la ruptura es definitiva.

No es que no me guste Stephen King, a ver cómo lo explico. Creo que he leído prácticamente todo lo que ha escrito, con su firma o con pseudónimo, a excepción de la serie "La torre oscura" y quizá alguna recopilación de relatos cortos, y tiene novelas de las que no se olvidan nunca. El Esteban tiene un problema, y es su increíble irregularidad, pero no es eso lo peor de él. No voy a entrar en historias sobre negros que le escriben por no hablar de lo que no sé, pero vamos a partir de la base de que efectivamente, su obra la escribe él.
Stephen King ha parido novelas como "La larga marcha", que nunca jamás me cansaré de recomendar como uno de los mejores libros de género fantástico que haya leído jamás, como "Misery" que te pueden enseñar lo que es el terror psicológico de verdad, "Dolores Clayborne" como lección de narrativa, y "Corazones en la Atlántida" o "El retrato de Rose Madder" que son capaces de transportarte a un mundo de fantasía como no imaginabas. Cuando uno abre un libro de Pérez Reverte, o de Follet o de Graves o Delibes, ya sabe lo que va a encontrar, un estilo concreto, que luego puede gustarte o no, pero tiene un sello determinado. Pero Stephen King es como decía ese que no hacía más que tonterías pero al parecer no era tonto: nunca sabes lo que te va a salir, es una moneda al aire.

Porque este hombre tiene un problema que a mí me toca la fibra sensible: habla por los codos. Y yo resulta que no resisto a la gente que habla por los codos, es superior a mí.

Si algún día conociera a Stephen King y resulta que habla como escribe, me juego mis épicos a que a los 10 minutos yo ya me estoy arañando la cara. No es posible, insisto, no es posible dedicar 30 ó 40 putas páginas a hablar sobre el aspecto, tamaño, color e historia de un objeto, que tú piensas que va a ser tremendamente importante para la trama y no, no vuelve a salir porque en realidad no tiene la menor importancia. Como no tienen la menor importancia el 80% de las neuras que pasan por la cabeza del personaje prota a lo largo de todo el libro. Así se escriben los tochos de 1000 páginas, como "It", "Tommyknockers", "Casa negra" y tantos otros que pertenecen a esa clasificación, hablando por hablar. Pero la historia se puede contar en 300.

Me encanta su imaginación, me fascinan sus tramas, pero esa incontenible ansia de rajar que se la aguante otro, de verdad que yo ya no puedo. Y el caso es que me da pena no acabar "La historia de Lisey" porque la chica me cae bien, y la historia de amor de la novela es realmente tierna y conmovedora, pero ya encontraré alguien que me espoilee el final. Porque si leo una palabra más sobre la pala de plata a la que le dedica un cuarto del libro, me va a dar algo.