Todos los días almuerzo en el mismo bar. Es un típico mesón de comidas caseras y siempre está lleno de gente como yo, currantes del barrio que salen a echar un bocado a mediodía.
Siempre salgo a comer sola, me encanta comer sola pero a mis compañeras de trabajo les salen sarpullidos solo de pensar en sentarse solas en una mesa, así que se me pegan cada vez que pueden, y yo procuro salir a horas raras para evitar que se me acople alguien. Son buena gente, pero me aburro mortalmente si tengo que charlar con ellas de algo: son chavalas muy jovenes a las que solo interesa la ropa, las marcas y los móviles, temas todos ellos que me producen sopor.
Dado que suelo comer sola, me entretengo hojeando el periódico o simplemente perdiéndome en mis pensamientos y observando a la gente a mi alrededor, y siempre me sorprende el mismo hecho: el absoluto caos de ruidos que impera en el bar. Es acojonante el volumen que llegan a alcanzar las conversaciones, en parte para que se te oiga por encima del escándalo que montan los propios camareros metiendo y sacando platos del lavavajillas y dándole al chorro de vapor de la cafetera. Hacen un ruido tremendo, pero no parece que se den cuenta, o si es así no les molesta en absoluto, y la clientela grita como una posesa para hacerse oir los unos con los otros. Bueno, no solo para hacerse oir, me temo que a la gente realmente le gusta gritar, hacer partícipes de sus penas y alegrías a todos los clientes del bar.
Esto ocurre en la mayor parte de bares de España, al menos de este tipo de bares. Si hay una tele enchufada y con el volumen a toda hostia, la clientela parece que se amansa, pero si la alternativa es el silencio son capaces de quedarse afónicos con tal de que se les oiga. Con lo que me gusta a mí el silencio...
Yo apenas he viajado, no tengo mucho con qué comparar estos fenómenos sociales, pero la realidad es que los españoles somos ruidosos, gritones, nos encanta montar bulla y a mí me desagrada sobremanera. Hace muchos años, en una cafetería en Viena estábamos un grupo de españoles charlando. Cuando me dí cuenta de que todo el bar estaba hablando en susurros y sólo se nos oía a nosotros, me avergoncé muchísimo, sólo éramos cuatro pero parecía que había un gentío gritando. Cuando la camarera nos pregunto " spanien, ja?", no estoy segura de que fuera porque reconoció el idioma.
Qué animales somos a veces, de verdad...
viernes, enero 05, 2007
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3 comentarios:
Bueno guapa, siempre puedes consolarte con que portugueses e italianos se nos parecen bastante. Y creo que también es aplicable a los giregos. Será el Mare Nostrum que nos afecta, o algo, jeje.
Por cierto, que los Reyes te traigan muchas cositas
Totalmente de acuerdo con la entrada. Yo también he tenido experiencias parecidas, y algunas vergonzantes.
Creo que es una peculiaridad cultural que nos debiéramos ir quitando, porque vivimos en agrupaciones enormes y la vida se vuelve demasiado ruidosa. Y el ruido es malo para la salud, y además malo de una forma inútil (no como comerte un kilo de paté, que también es malo pero da una gran satisfacción).
No es solo cosa de los españoles.
Los que nos dedicamos al trasporte de personas, sufrimos el invento del móvil y te aseguro que el porcentaje de la gente que grita a dicho aparato (hasta el punto de hacerme pensar, a menudo, que se podrían ahorrar unas perras gritando directamente por la ventanilla...) es bastante similar entre el paisanaje y los guiris.
Sé que es consolador pensar que lo malo está aquí y lo bueno fuera, pero a fuer de ser sincero, no es así: la estupidez es un valor global...
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